Tengo la firme impresión que para dedicarse a la muy noble tarea de criticar la obra de otro, hay una condición indispensable: la ausencia total de gusto. Básicamente, la crítica consiste en decir que te gusta todo lo que a nadie le gusta, mientras que debes aborrecer aquello que a la mayoría del vulgo le agrada. O sea, que es como el típico caso del soldado que va a contrapié en el desfile y se niega a cambiar el paso porque considera que los equivocados son los otros tres mil mientras él se halla en posesión de la verdad.
Me gustaría que alguna vez alguien me explicara cómo se consigue el carnet de crítico, o dónde se puede uno graduar o diplomar en crítica. También me valdría con que me explicaran cómo se consigue trabajo de crítico, aunque lo cierto, es que criticar a alguien no cuesta trabajo para nada en absoluto. En la calle de mi pueblo donde viví de chaval, había alguna que otra persona que realmente podría haberse dedicado a esta gratificante profesión (...)
Para ser crítico, pienso, hay que padecer de estómago, hay que estar permanentemente cabreado, hay que ver la vida gris oscuro tirando a negro, y hay que tener el ego muy alto, la lengua rápida, y las manos lentas. Es como ponerle pegas a todo lo que hace otro, pero sin el como. Y todo esto, sin haber hecho nada que sirva como modelo comparativo. Me explico: no hay ningún crítico que haya escrito el quijote y luego utilice el quijote como patrón de medida para todas las novelas, de modo que se pueda permitir el lujo de calificar de literatura fácil o comercial a todas aquellas novelas que no sigan el patrón marcado por él. Pienso que hay que padecer de estómago porque todo, todo, todo – cine, música, literatura, pintura...- está mal, o mejor dicho, no está lo suficientemente bien como para satisfacer el espíritu puro del crítico. Hay que estar permanentemente cabreado porque a veces no se puede escatimar en palabras que tiren por tierra la obra de otro; lo importante no es respetar a ese otro con el que no compartimos gusto o motivación: lo importante es tirar por tierra el trabajo de ese otro, sin habernos manchado las manos trabajando nosotros. Qué fácil es torear desde la barrera. Es preciso ver la vida gris oscuro tirando a negro porque para ser crítico hay que buscar y rebuscar mucho entre toda la basura que nos rodea, viéndolo todo como insatisfactorio, para encontrar las verdaderas y únicas gotas de inspiración capaces de satisfacer esa sensibilidad extrema, y ese gusto exquisito que sólo ellos mismos son capaces de apreciar. Hay que tener el ego muy alto, porque hay que creerse por encima del bien y del mal; hay que creerse capacitado para juzgar el trabajo ajeno y emitir sentencia firme sobre él. No me digan si no hay que tener el ego alto como para permitirse sentenciar sobre cualquier cosa que ni hemos hecho, ni seremos capaces de hacer en nuestra vida. O si no hay que tener el ego en las alturas para creer que millones de personas están equivocadas cuando aplauden un libro, una película o una canción, y al mismo tiempo asegurar que la obra en cuestión es de baja calidad porque a MÍ me lo parece; es una pasada afirmar que la propia opinión de uno está por encima del resto, más cualificada, más próxima a la luz de la sabiduría. Y en cuanto a la lengua rápida y las manos lentas... no hacen falta demasiadas explicaciones: no pintar jamás un cuadro, pero descalificar cuadros de otro; no escribir nunca un libro, pero enumerar los “defectos” del libro de otro; no componer o cantar nunca una canción, pero vilipendiar la composición o actuación de otro; no dirigir o interpretar nunca una película, pero enjuiciar las películas de otro... En fin, un auténtico chollo esto de la crítica.
Es curioso cómo hay personas, obras, o situaciones que se convierten en icono, y su imagen como icono llega a sobre pasar tan de largo su propia calidad intrínseca como persona, obra o situación, que generaciones enteras se las dan de entendidos, cultos, o puristas – o todo a la vez e incluso algún calificativo más -, con sólo invocarlos aunque realmente no lleguen a saber nada de ellos. Seguramente habrá en la historia mejores cantantes que Kurt Kobain o John Lennon, mejores actores o actrices que James Dean o Marylin Monroe, mejores “políticos” que Ernesto Guevara o JFK, y mejores autores que Cervantes o García Lorca. Estoy seguro que si al colectivo de críticos aún le quedara hacia este modesto reflexor – ¿se dirá así de quién reflexiona? ¿tendrán las almohadas algo que ver con los almohades? - algún resto de simpatía, estoy a punto de dilapidarlo(...)
Lo que ocurre es que en la mayoría de los casos, el icono está por encima de cualquier otra circunstancia, y bastante a menudo es la “crítica cualificada” la que aporta o resta prestigio. Curiosa situación, si tenemos en cuenta que Cervantes se murió más pobre que las ratas, o Van Gogh tenía menos fondo que el Guadalquivir en agosto(...)
La crítica, que muchas veces se lanza al desgarro de obras o autores, condenándolos al ostracismo en vida, no tiene ningún reparo en adoptar posteriormente dichas obras y autores, y reivindicarlos tras la muerte de los segundos. Como si eso le sirviera de consuelo al autor. Como si hubiera un club social en el paraíso donde los autores pudieran codearse entre ellos y recibir aclamaciones a la salida. Como si de veras tuviéramos una eternidad donde los pobres fuéramos los ricos y los últimos los primeros. ¿Alguien puede imaginar a Vincent y a Don Miguel, mofándose de Miró o Cela por toda la eternidad? Esto me lleva al principio, al regalo envuelto en lujoso papel conteniendo en su interior una sola tarjeta de felicidades.
Me gustaría que alguna vez alguien me explicara cómo se consigue el carnet de crítico, o dónde se puede uno graduar o diplomar en crítica. También me valdría con que me explicaran cómo se consigue trabajo de crítico, aunque lo cierto, es que criticar a alguien no cuesta trabajo para nada en absoluto. En la calle de mi pueblo donde viví de chaval, había alguna que otra persona que realmente podría haberse dedicado a esta gratificante profesión (...)
Para ser crítico, pienso, hay que padecer de estómago, hay que estar permanentemente cabreado, hay que ver la vida gris oscuro tirando a negro, y hay que tener el ego muy alto, la lengua rápida, y las manos lentas. Es como ponerle pegas a todo lo que hace otro, pero sin el como. Y todo esto, sin haber hecho nada que sirva como modelo comparativo. Me explico: no hay ningún crítico que haya escrito el quijote y luego utilice el quijote como patrón de medida para todas las novelas, de modo que se pueda permitir el lujo de calificar de literatura fácil o comercial a todas aquellas novelas que no sigan el patrón marcado por él. Pienso que hay que padecer de estómago porque todo, todo, todo – cine, música, literatura, pintura...- está mal, o mejor dicho, no está lo suficientemente bien como para satisfacer el espíritu puro del crítico. Hay que estar permanentemente cabreado porque a veces no se puede escatimar en palabras que tiren por tierra la obra de otro; lo importante no es respetar a ese otro con el que no compartimos gusto o motivación: lo importante es tirar por tierra el trabajo de ese otro, sin habernos manchado las manos trabajando nosotros. Qué fácil es torear desde la barrera. Es preciso ver la vida gris oscuro tirando a negro porque para ser crítico hay que buscar y rebuscar mucho entre toda la basura que nos rodea, viéndolo todo como insatisfactorio, para encontrar las verdaderas y únicas gotas de inspiración capaces de satisfacer esa sensibilidad extrema, y ese gusto exquisito que sólo ellos mismos son capaces de apreciar. Hay que tener el ego muy alto, porque hay que creerse por encima del bien y del mal; hay que creerse capacitado para juzgar el trabajo ajeno y emitir sentencia firme sobre él. No me digan si no hay que tener el ego alto como para permitirse sentenciar sobre cualquier cosa que ni hemos hecho, ni seremos capaces de hacer en nuestra vida. O si no hay que tener el ego en las alturas para creer que millones de personas están equivocadas cuando aplauden un libro, una película o una canción, y al mismo tiempo asegurar que la obra en cuestión es de baja calidad porque a MÍ me lo parece; es una pasada afirmar que la propia opinión de uno está por encima del resto, más cualificada, más próxima a la luz de la sabiduría. Y en cuanto a la lengua rápida y las manos lentas... no hacen falta demasiadas explicaciones: no pintar jamás un cuadro, pero descalificar cuadros de otro; no escribir nunca un libro, pero enumerar los “defectos” del libro de otro; no componer o cantar nunca una canción, pero vilipendiar la composición o actuación de otro; no dirigir o interpretar nunca una película, pero enjuiciar las películas de otro... En fin, un auténtico chollo esto de la crítica.
Es curioso cómo hay personas, obras, o situaciones que se convierten en icono, y su imagen como icono llega a sobre pasar tan de largo su propia calidad intrínseca como persona, obra o situación, que generaciones enteras se las dan de entendidos, cultos, o puristas – o todo a la vez e incluso algún calificativo más -, con sólo invocarlos aunque realmente no lleguen a saber nada de ellos. Seguramente habrá en la historia mejores cantantes que Kurt Kobain o John Lennon, mejores actores o actrices que James Dean o Marylin Monroe, mejores “políticos” que Ernesto Guevara o JFK, y mejores autores que Cervantes o García Lorca. Estoy seguro que si al colectivo de críticos aún le quedara hacia este modesto reflexor – ¿se dirá así de quién reflexiona? ¿tendrán las almohadas algo que ver con los almohades? - algún resto de simpatía, estoy a punto de dilapidarlo(...)
Lo que ocurre es que en la mayoría de los casos, el icono está por encima de cualquier otra circunstancia, y bastante a menudo es la “crítica cualificada” la que aporta o resta prestigio. Curiosa situación, si tenemos en cuenta que Cervantes se murió más pobre que las ratas, o Van Gogh tenía menos fondo que el Guadalquivir en agosto(...)
La crítica, que muchas veces se lanza al desgarro de obras o autores, condenándolos al ostracismo en vida, no tiene ningún reparo en adoptar posteriormente dichas obras y autores, y reivindicarlos tras la muerte de los segundos. Como si eso le sirviera de consuelo al autor. Como si hubiera un club social en el paraíso donde los autores pudieran codearse entre ellos y recibir aclamaciones a la salida. Como si de veras tuviéramos una eternidad donde los pobres fuéramos los ricos y los últimos los primeros. ¿Alguien puede imaginar a Vincent y a Don Miguel, mofándose de Miró o Cela por toda la eternidad? Esto me lleva al principio, al regalo envuelto en lujoso papel conteniendo en su interior una sola tarjeta de felicidades.